Homenaje
Álvaro Cormenzana, el gigante en su palabra
Escritor
y violinista jujeño (1954/2018). Autor de “Los poemas del jigante”
(poesía), obra por la que en 1977 obtuvo el premio Ricardo Jaimes
Freyre de la Provincia de Tucumán. Su cuento “Los papelitos” fue
finalista con mención del Concurso de Cuentos Revista Hispamérica.
Junto a Ernesto Aguirre dirigieron en la década del setenta la
revista “Gorrión”. Ha publicado también “Algo por el estilo”
(poesía). Sus textos han sido incluidos en numerosas publicaciones
literarias y antologías.
Por Pablo Baca
En
estas pocas palabras quiero decir algo de su enseñanza y de su obra,
situadas en una época en la que yo lo escuchaba todo el tiempo, a
mediados de la década de los ochenta.
Su
enseñanza. Primero hay que decir que hablaba con una parsimonia que
era, sin embargo, imposible de interrumpir. Hacía pausas, pero había
todo el tiempo algo pendiente que obligaba a seguir. En largas
demostraciones hablaba de poetas norteamericanos de mediados del
siglo XX, de la beat
generation,
de poetas italianos o del barroco español. También de otros, que no
habían escrito poesía, como Miguel de Unamuno, Ezequiel Martínez
Estrada o Lucio V. Mansilla. Los iba conectando de algún modo y
retomaba todo en un punto y empezaba de nuevo. Incorporaba en un
paréntesis todo lo que de alguna manera podía tener algo que
agregar. Una exposición llena de descripciones que se alternaban con
conclusiones inesperadas.
La
clave era la imagen. El poema tenía que llegar por los sentidos y
suceder además alguna forma de trasmutación: la metáfora, que
cambiaba un objeto por otro, o la sinestesia, que reemplazaba un
sentido por otro. Hay algunas cosas en las que se puede trasmutar las
hojas de los árboles:
Llega
el otoño.
Caen
las
viejas hojas
del
sauce
y
se
llena de peces
el
aire.

Y la
sinestesia,
una mezcla
de los sentidos. Ver sonidos, oír olores, paladear palabras. Su
poema que lleva como epígrafe “Cantando en la yema de los dedos”
de Enrique Molina:
El
lugar de la magia
es
tu cuerpo en calma.
Solo
allí
la
claridad
se
reconoce por contacto.
Sin
embargo, ninguna regla era definitiva. También hablaba, más en
general, de “las figuras”. Citaba a Francisco de Quevedo:
"Mujeres
dieron a Roma los reyes y los quitaron. Diolos Silvia, virgen,
deshonesta; quitolos Lucrecia, mujer casada y casta. Diolos un
delito; quitolos una virtud…”.
La
virgen era deshonesta y la casada casta, y el delito fue mejor que la
virtud.
Su
poesía no se explica sin embargo por ninguna de esas reglas. Hay un
punto en que todo lo embarga el misterio. En su poesía
hay pequeñas historias que parecen venir del pasado o de algún
lugar remoto. Vienen de adentro de sí mismo. Su padre muerto, sus
amores y sus miedos. Son pequeñas historias que hacen casi tangibles
las relaciones más sutiles o profundas, para revelar lugares,
cuerpos, mundos.
Tiene
poemas de una belleza casi natural. Palabras que se elevan a
significado puro de un modo incontenible: Es
áspero tu cuerpo. / Ya las manos de mi tacto / no son mías y te
quedas / sintiendo mi caricia / en otro cuerpo. // (No preguntes
dónde estamos.).
Y
otros en los que pretende mantener una mirada más allá de la
apariencia. Con los riesgos que eso tiene. Porque cuando las palabras
se aproximan al centro, están justamente más cerca del borde y
tocan la irrealidad como un abismo: Desde
que me bebí sus ojos / toda las noches / la siento llorar, /
distante como la sombra roja / de la manzana del sueño. / (Su llanto
me moja entero.).”
Sobre
su obra, el escritor y editor Jorge Montesino recuerda que Cormenzana
no se cansaba de repetir que sus creaciones de “Los poemas del
jigante” eran resultado de una musa
grave
y que “Algo por el estilo” era la expresión de la musa
elegíaca.
Y él mismo agrega: “De a poco fui entendiendo el significado
propio que Álvaro le daba a estas expresiones. La musa grave, venía
a cuento de su peso, su importancia, su seriedad. Por respetable,
venerable, circunspecta y noble. Pero también por esa cosa
relacionada con la música, esa frecuencia baja de vibraciones, en
oposición al sonido agudo, chillón, histérico. Él consideraba que
esa gravedad era una rara
avis
(casi impropia) para un jovencísimo poeta. Es que, para la época en
la que escribió en ese tono, aún no cumplía veinte años. Y, por
otra parte, la musa elegíaca, puesta por él casi en antípodas
(aunque no tanto) de la musa grave, porque trata temas placenteros,
tal como lo hacían los poetas griegos y latinos, aún cuando lo
elegíaco represente en primer lugar lo lastimero y triste, el
lamento por la muerte de un ser querido o cualquier suceso
infortunado, tal como lo define la RAE”.
Por
mi parte, escuché que decía que esas musas lo visitaron a deshoras.
La musa grave, en particular, que sólo habla a los ancianos, a él
lo visitó en “Los poemas del jigante” cuando recién tenía
diecisiete o veinte años.

Para
el poeta y editor Alejandro Carrizo, Cormenzana es “una pedrada al
centro del lago quieto, ese que se nos escurre siempre de tan cerca;
en fin, un clavo en el zapato. Un espejo que huye”.
Otro
poeta, Ernesto Aguirre, alguna vez recordaba:
…
Teníamos
veinte años, allá en Tucumán,
década
de los setenta,
principios.
Hicimos
un Gorrión de apenas dos vuelos.
Dos
vuelos fueron suficientes
para
decidirnos qué hacer con semejante confusión.
Seríamos
poetas
y
aquí estamos.
Álvaro
publicando sus poemas
y
yo escribiendo este prólogo en plural
porque
cuando
la poesía es mucha
cuesta
quedarse afuera.
Falleció
y sus cenizas fueron arrojadas al Río Grande de Jujuy, a la altura
de Maimará. Su sobrina Ainhoa Cormenzana Méndez recordó ese último
viaje: “En
el auto somos siete y vos. Gonzalo, Iñaki, Qoqi y yo, la parte
humana de la familia. Milka, Filipi y Alaia, la parte canina. Por
cierto, Alaia es un nombre vasco que se traduce en "alegría".
El reggae de fondo y los chistes negros fundamentales para este
viaje. ¿Y el tío dónde está? ¿Ya está en el auto? Es la primera
vez que viene sin hablar. Va tranqui ¿No? Esta vez te escoltaron los
Ceibos con sus imponentes flores rojas. Vos, se supone, vas en una
cajita con ceniza y una foto donde estás con tu jeep. Hablo de
suposición porque sabemos, inevitablemente, que vas dentro de cada
uno de nosotros”.
